"¡El Mercado Corona explotó! ¡Entérese de la tragedia!", grita el voceador que camina entre la gente que se agolpa ante las cintas amarillas que impiden el paso en las calles que llevan al epicentro del desastre.
Nadie puede acercarse al mercado, el paso está restringido desde una cuadra a la redonda: personas, empleados de los negocios aledaños... todos preguntan a los policías cuándo podrán transitar de nuevo por la zona; todos dirigen la mirada a la estructura derruida que se construyó en 1891 y que tras un incendio similar en 1910, volvió a levantarse.
Hoy, uno de los puntos comerciales más importantes del centro tapatío está en ruinas y de él sigue emanando humo; la secretaría de Obras Públicas del municipio estudia la posibilidad de demoler completamente el edificio. El techo y el segundo piso están colapsados, hay peligro de que otras paredes caigan.
Al sitio llegó el alcalde de Guadalajara, Ramiro Hernández, y explicó que se hará la evaluación que determine el futuro del inmueble y la investigación para saber qué sucedió. Hasta ahora se habla de un corto circuito.
Aproximadamente dos mil personas que laboraban en los 700 locales y puestos del mercado, se han quedado sin empleo; los dueños de los negocios aún no logran cuantificar los daños. Alrededor, más de un centenar de negocios permanecen cerrados.
Los comerciantes afectados quieren colocarse en Plaza Liberación, entre el Teatro Degollado y Catedral, para seguir trabajando; ante esa propuesta el alcalde no tiene respuesta y mejor pregunta a los periodistas que lo rodean: "¿ustedes cómo verían esa plaza convertida en un mercado?".
Por ahora el único acuerdo con los locatarios es resguardar la mercancía que aún hay dentro del mercado para evitar la rapiña, y evaluar la forma en que se les apoyará.
La vida en el centro de Guadalajara sigue su curso, pero quien lo visita regresa a casa con el humo pegado al cuerpo.
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